Ayer mi bebé cerró los ojos para siempre.
Llevaba días enferma, pero ayer se puso demasiado grave.
Mamá nos buscó y nos llevó a la casa, dónde la vimos.
Hasta que el último miembro de la familia llegó movió la colita.
Todos lloramos.
Todos le dijimos que la amamos.
Ella se estaba ahogando, ya no podía caminar, así que la llevamos al veterinario y la ayudamos a dormir, para que no sufriera tanto al momento de irse.
La abracé hasta el final, sin importar cuánto me picaban los brazos, los labios y la cara.
La tristeza que me invade es infinita, de a ratos estoy bien pero lloro constantemente desde que pasó.
Pero a pesar de que el dolor que siento es desgarrador, en el fondo estoy tranquila, porque le dimos una vida larga y hermosa, llena de alegría, aventuras y mucho amor, repleta de paseos y juegos, algunos regaños por las travesuras, pero nada traumático. Siempre le dije que la amaba y que me parecía la más hermosa del mundo entero, siempre hablaba con ella y llegar a casa siempre fue placentero sabiendo que ella estaría ahí para recibirme, aunque nadie estuviese despierto.
Estoy tranquila porque no me arrepiento de nada, la amé desde el primer día, desde que mi papá me la puso en frente y parecía una pequeña pasita cabezona que no paraba de mover la cola.
Siempre envidié la forma en la que adoraba a mi papá, pero sin importar qué, siempre sonreía y bailaba cuándo le mostraba la correa para ir a dar un paseo.
Su raza por lo general vive ocho años nada más, ella vivió doce largos años con nosotros, en los que nunca le falto cariño tanto de su familia como de quien llegaba a conocerla, porque sin importar cual fuese la impresión que generara al principio, todos le tomaban un cariño especial porque ella era y siempre será especial.
Le prometí que sería feliz, que no dejaría que ni el Huracán Sam ni nadie me hiciera sufrir porque seré fuerte y no dejaré que me afecte, le di las gracias por tan buenos y preciosos momentos, por siempre cuidarnos a todos y darme siempre una razón para sonreír sin importar que tan triste pudiese estar, le di las gracias por apoyar a mi hermana, creo fielmente que sin su ayuda, ella estaría mucho peor, le di las gracias por abrirme el corazón y mostrarme un amor puro y precioso que sólo se consigue a través de esos seres puros para los cuales somos su mundo.
La salvamos de las garras de la muerte dos veces anteriormente, años atrás, y ayer, cuándo todos estuvimos juntos con ella, cómo a ella tanto le gustaba, se reunió con la muerte cómo si fuese una vieja amiga.
No se cuántos años de vida me queden a mi, pero me hubiese quitado diez sin pensarlo dos veces para regalárselos a ella.
No soy religiosa, soy escéptica y he perdido la fe en muchas cosas, pero mi mayor deseo es que algún día nos podamos volver a encontrar.
Siempre te amaré mi bebé.
Mariana Betancourt Castro
Llevaba días enferma, pero ayer se puso demasiado grave.
Mamá nos buscó y nos llevó a la casa, dónde la vimos.
Hasta que el último miembro de la familia llegó movió la colita.
Todos lloramos.
Todos le dijimos que la amamos.
Ella se estaba ahogando, ya no podía caminar, así que la llevamos al veterinario y la ayudamos a dormir, para que no sufriera tanto al momento de irse.
La abracé hasta el final, sin importar cuánto me picaban los brazos, los labios y la cara.
La tristeza que me invade es infinita, de a ratos estoy bien pero lloro constantemente desde que pasó.
Pero a pesar de que el dolor que siento es desgarrador, en el fondo estoy tranquila, porque le dimos una vida larga y hermosa, llena de alegría, aventuras y mucho amor, repleta de paseos y juegos, algunos regaños por las travesuras, pero nada traumático. Siempre le dije que la amaba y que me parecía la más hermosa del mundo entero, siempre hablaba con ella y llegar a casa siempre fue placentero sabiendo que ella estaría ahí para recibirme, aunque nadie estuviese despierto.
Estoy tranquila porque no me arrepiento de nada, la amé desde el primer día, desde que mi papá me la puso en frente y parecía una pequeña pasita cabezona que no paraba de mover la cola.
Siempre envidié la forma en la que adoraba a mi papá, pero sin importar qué, siempre sonreía y bailaba cuándo le mostraba la correa para ir a dar un paseo.
Su raza por lo general vive ocho años nada más, ella vivió doce largos años con nosotros, en los que nunca le falto cariño tanto de su familia como de quien llegaba a conocerla, porque sin importar cual fuese la impresión que generara al principio, todos le tomaban un cariño especial porque ella era y siempre será especial.
Le prometí que sería feliz, que no dejaría que ni el Huracán Sam ni nadie me hiciera sufrir porque seré fuerte y no dejaré que me afecte, le di las gracias por tan buenos y preciosos momentos, por siempre cuidarnos a todos y darme siempre una razón para sonreír sin importar que tan triste pudiese estar, le di las gracias por apoyar a mi hermana, creo fielmente que sin su ayuda, ella estaría mucho peor, le di las gracias por abrirme el corazón y mostrarme un amor puro y precioso que sólo se consigue a través de esos seres puros para los cuales somos su mundo.
La salvamos de las garras de la muerte dos veces anteriormente, años atrás, y ayer, cuándo todos estuvimos juntos con ella, cómo a ella tanto le gustaba, se reunió con la muerte cómo si fuese una vieja amiga.
No se cuántos años de vida me queden a mi, pero me hubiese quitado diez sin pensarlo dos veces para regalárselos a ella.
No soy religiosa, soy escéptica y he perdido la fe en muchas cosas, pero mi mayor deseo es que algún día nos podamos volver a encontrar.
Siempre te amaré mi bebé.
Mariana Betancourt Castro