Había una vez una estrella pequeñita, que le gustaba contemplar las luces de la gran ciudad sobre la que se encontraba cada noche, se sentía muy feliz de poder estar ahí y no entendía por qué a sus otras compañeras no les agradaban mucho esas brillantes luces multicolores que no paraban de parpadear, cambiar de forma o moverse con rapidez.
La pequeña estrellita era la primera en despertarse para ver como las luces se encendían y la última en irse a dormir, cuando el sol ya se estaba preparando para salir. Pero un día, la pequeña estrellita, además de mirar las luces de la ciudad , se puso a escuchar las conversaciones de las personas, y quedó atónita al escuchar lo siguiente:
La pequeña estrellita era la primera en despertarse para ver como las luces se encendían y la última en irse a dormir, cuando el sol ya se estaba preparando para salir. Pero un día, la pequeña estrellita, además de mirar las luces de la ciudad , se puso a escuchar las conversaciones de las personas, y quedó atónita al escuchar lo siguiente:
"Hay tantas luces que se reflejan en el cielo nocturno, y por eso no se pueden ver las estrellas, ojalá pudiesen verse"
¿Qué querían decir con eso? ¡Ella estaba ahí! ¿Cómo no podían verla? "Aquí estoy" repetía la pequeña estrellita mientras utilizaba toda su fuerza para emitir un brillo sobresaliente, que la hiciera resaltar.
"No lograrás nada esforzándote, las luces de la ciudad siempre nos van a opacar, por eso es que sólo brillamos en lugares que no tengan a esas usurpadoras, como los campos, las playas y prados desolados" la pequeña estrellita lloró, eso no podía ser, no se sentía con la suficiente fuerza como para pensar que aquellas luces tan hermosas en verdad le quitaban el trabajo, le dolía pensar que había estado admirando durante tanto tiempo como una tonta a aquello que desde un principio debía odiar.
La pequeña estrellita, triste y sintiéndose más sola que nunca lloró hasta casi perder todo su brillo, luego llegó el amanecer y se quedó dormida. Pasaron muchos días, y nuestra pequeña y frágil amiga casi muere de tristeza, hasta que en una ocasión, cuándo el sol se preparaba para dormir , era casi la hora de salir, y el cielo se encontraba de un hermoso degradé de colores azules, rosas y naranjas, pudo sentir algo, una sensación extraña, como si estuviese siendo observada, temblorosa miró hacia abajo, y se encontró con la mirada de una persona, que lloraba.
¿Por qué esa persona lloraba? ¡Estaba rodeada de luz y de color! Ella era la que debía sentirse triste, porque pensaba que su trabajo nunca había sido valeroso, y que siempre había sido ignorada por la presencia de las grandes luces de aquella ciudad. Pero no tardó en darse cuenta de que no era solo esa persona la que lloraba, sino muchas otras, en diferentes lugares, estaban haciendo eso.
"¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué lloran esas personas?" Preguntó la pequeña estrellita a sus opacas compañeras.
"A veces los humanos se sienten perdidos, y por instinto, reflejo, no se, miran hacia el cielo nocturno"
"¿Por qué? Sólo ven el cielo negro, sin vida, sin nada" murmuró triste la pobre estrellita.
"Supongo que forma parte de lo que son, en tiempos remotos, cuándo no existían esas luces abajo, los humanos solían mirarnos a nosotras al encontrarse perdidos, para orientarse y saber volver a sus casas"
"Pero, esas personas se encuentran en sus casas ¿Qué podrían estar buscando entonces?"
"Quien sabe, deja de hacerte preguntas imposibles de responder"
Pero la pequeña estrellita no dejó de darle vueltas al asunto en su mente, y en cuánto llegó la oscuridad casi absoluta y el cielo empezó a perder su gama de colores, y se empezaron a encender las luces, la respuesta la golpeó tan de pronto que no pudo evitar quedarse sin aire, y la ola de recuerdos y sensaciones que ella experimentaba cada noche al observar a la ciudad volvieron a ella.
¿Por qué encontraba aquello tan fascinante? ¿Por qué no paraba de sonreír al ver aquella maravilla? Pues porque la animaban, la asombraban, le daban una especie de esperanza y la inspiraban a brillar con fuerzas, no para competir con ellas, sino para simplemente dar lo mejor de si misma, para sentirse satisfecha y luego, con suerte, inspirar a alguien más.
Esas personas buscaban lo mismo que ella encontraba cada noche al observar la ciudad: esperanza y ánimos.
Así que respiró hondo, miró a aquellas personas que buscaban desesperadamente su luz en el cielo, y con todas sus energías empezó a emitirla: una luz fija, brillante, hermosa e impresionante, que dejó a toda las demás estrellas boquiabiertas.
Del esfuerzo se le salían las lágrimas, y le dolía todo su pequeño cuerpo, pero no iba a dejar de dar lo mejor de si para volver encontrarse, para volver a sentirse completa y para orientar a esas personas que buscaban su ayuda, cuando por fin logró emitir su brillo sin que le doliera, sino que le saliese de forma natural, miró hacia abajo, y observó que las personas que antes miraban al cielo con rostro de decepción y desesperación, ahora sonreían tiernamente, y no sólo ellos, sino que muchos transeúntes se paraban y señalaban con admiración y asombro a la pequeña estrellita que brillaba con fuerzas en el cielo.
No importa que tantos argumentos en contra le metieron a la estrellita en la mente, ni que tantas veces le dijeran que no era capaz de lograr sorprender a las personas con su brillo, ella logró su cometido, logró brilla más que cualquier luz de la ciudad, tanto que lo hizo así cada noche, alimentándose de los buenos deseos y esperanzas de aquellas personas que amaban verla salir de primera cada noche, y ocultarse de última cada mañana.
Mariana Betancourt Castro.
¿Qué querían decir con eso? ¡Ella estaba ahí! ¿Cómo no podían verla? "Aquí estoy" repetía la pequeña estrellita mientras utilizaba toda su fuerza para emitir un brillo sobresaliente, que la hiciera resaltar.
"No lograrás nada esforzándote, las luces de la ciudad siempre nos van a opacar, por eso es que sólo brillamos en lugares que no tengan a esas usurpadoras, como los campos, las playas y prados desolados" la pequeña estrellita lloró, eso no podía ser, no se sentía con la suficiente fuerza como para pensar que aquellas luces tan hermosas en verdad le quitaban el trabajo, le dolía pensar que había estado admirando durante tanto tiempo como una tonta a aquello que desde un principio debía odiar.
La pequeña estrellita, triste y sintiéndose más sola que nunca lloró hasta casi perder todo su brillo, luego llegó el amanecer y se quedó dormida. Pasaron muchos días, y nuestra pequeña y frágil amiga casi muere de tristeza, hasta que en una ocasión, cuándo el sol se preparaba para dormir , era casi la hora de salir, y el cielo se encontraba de un hermoso degradé de colores azules, rosas y naranjas, pudo sentir algo, una sensación extraña, como si estuviese siendo observada, temblorosa miró hacia abajo, y se encontró con la mirada de una persona, que lloraba.
¿Por qué esa persona lloraba? ¡Estaba rodeada de luz y de color! Ella era la que debía sentirse triste, porque pensaba que su trabajo nunca había sido valeroso, y que siempre había sido ignorada por la presencia de las grandes luces de aquella ciudad. Pero no tardó en darse cuenta de que no era solo esa persona la que lloraba, sino muchas otras, en diferentes lugares, estaban haciendo eso.
"¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué lloran esas personas?" Preguntó la pequeña estrellita a sus opacas compañeras.
"A veces los humanos se sienten perdidos, y por instinto, reflejo, no se, miran hacia el cielo nocturno"
"¿Por qué? Sólo ven el cielo negro, sin vida, sin nada" murmuró triste la pobre estrellita.
"Supongo que forma parte de lo que son, en tiempos remotos, cuándo no existían esas luces abajo, los humanos solían mirarnos a nosotras al encontrarse perdidos, para orientarse y saber volver a sus casas"
"Pero, esas personas se encuentran en sus casas ¿Qué podrían estar buscando entonces?"
"Quien sabe, deja de hacerte preguntas imposibles de responder"
Pero la pequeña estrellita no dejó de darle vueltas al asunto en su mente, y en cuánto llegó la oscuridad casi absoluta y el cielo empezó a perder su gama de colores, y se empezaron a encender las luces, la respuesta la golpeó tan de pronto que no pudo evitar quedarse sin aire, y la ola de recuerdos y sensaciones que ella experimentaba cada noche al observar a la ciudad volvieron a ella.
¿Por qué encontraba aquello tan fascinante? ¿Por qué no paraba de sonreír al ver aquella maravilla? Pues porque la animaban, la asombraban, le daban una especie de esperanza y la inspiraban a brillar con fuerzas, no para competir con ellas, sino para simplemente dar lo mejor de si misma, para sentirse satisfecha y luego, con suerte, inspirar a alguien más.
Esas personas buscaban lo mismo que ella encontraba cada noche al observar la ciudad: esperanza y ánimos.
Así que respiró hondo, miró a aquellas personas que buscaban desesperadamente su luz en el cielo, y con todas sus energías empezó a emitirla: una luz fija, brillante, hermosa e impresionante, que dejó a toda las demás estrellas boquiabiertas.
Del esfuerzo se le salían las lágrimas, y le dolía todo su pequeño cuerpo, pero no iba a dejar de dar lo mejor de si para volver encontrarse, para volver a sentirse completa y para orientar a esas personas que buscaban su ayuda, cuando por fin logró emitir su brillo sin que le doliera, sino que le saliese de forma natural, miró hacia abajo, y observó que las personas que antes miraban al cielo con rostro de decepción y desesperación, ahora sonreían tiernamente, y no sólo ellos, sino que muchos transeúntes se paraban y señalaban con admiración y asombro a la pequeña estrellita que brillaba con fuerzas en el cielo.
No importa que tantos argumentos en contra le metieron a la estrellita en la mente, ni que tantas veces le dijeran que no era capaz de lograr sorprender a las personas con su brillo, ella logró su cometido, logró brilla más que cualquier luz de la ciudad, tanto que lo hizo así cada noche, alimentándose de los buenos deseos y esperanzas de aquellas personas que amaban verla salir de primera cada noche, y ocultarse de última cada mañana.
Mariana Betancourt Castro.