-No está ocurriendo de la forma planificada, pero será hoy-
-¿M no tenía que hacer algo que nunca haría? ¿Algo drástico?-
-Puede que no sea exactamente lo que pensábamos que haría, Esperanza, pero está pasando, tú misma te has dado cuenta de lo que ha estado pasando, lo que te he estado administrando últimamente no es el placebo del principio, son las pequeñas dosis de veneno del que habíamos hablado-
-Pero Ella ¿Lo ha producido ella sola?-
-Aparentemente, y esta que tengo en la mano es la “letal”-
-Con la que dormiré-
-Con la que dormirás-
-Quien diría que las cosas resultarían de esta forma-
-Quédate quieta mientras que te la aplico, no sé si vaya a doler en exceso, y no sientas miedo, todo terminará pronto-
-El miedo que sientes en tu corazón no es sólo el mío Ella, hay miedo en ti también, puedo sentirlo, y es muy punzante-
-Deja de decir estupideces, el único miedo presente es el tuyo, no me distraigas cuándo lo que intento es ayudarte-
-No seas tan dura contigo Ella, ni con M tampoco-
-¿Algún último deseo por los momentos?-
-Quisiera llorar, pero estoy muy cansada, así que sólo hazlo, quiero descansar-
Al aplicar la inyección de veneno en el brazo de Esperanza, ambas se estremecieron.
-¿Qué sientes?-
-Además de un cansancio infinito, una sensación de vacío en el pecho muy grande ¿Mi corazón sigue ahí?-
-Sigue ahí, un poco más opaco, pero continúa brillando, y te prometo que no dejará de brillar-
-Gracias Ella-
-Ahora duerme, y quizás algún día despiertes para poder ayudar a M, y yo pueda irme a descansar-
-Quizás hasta podamos trabajar juntas-
-No sé, ya lo veremos-
-Buenas noches Ella, no dejes de cuidar a M-
-Nunca la dejaré de cuidar, esté despierta o dormida-
Esperanza fue cerrando poco a poco los ojos y por unos pequeños instantes, todo el interior de M se mantuvo en silencio.
Hasta que poco a poco, unos débiles ruiditos se escucharon desde la habitación de piedra, hasta que fueron subiendo de volumen, y se convirtieron en dolorosos sollozos, y no, no era Esperanza quien había recuperado las fuerzas para llorar, sino era Ella, la fuerte Ella, la que se encontraba arrodillada llorando a lágrima viva, con una mano en su pequeño y brillante corazón, y la otra en la mano inerte de Esperanza.
El pecho le ardía, el miedo la invadía, y las lágrimas brotaban sin pausa, no sólo derramaba las lágrimas que Esperanza no había podido llorar, sino las suyas propias, tan llenas de sentimientos que salían calientes, hirviendo.
Sabía que a nadie le importaba lo que sentía, sabía que a nadie le importaba lo rota que estuviese, lo vulnerable que se encontraba en el momento, pero a pesar de eso, continuó llorando hasta que no le quedaron más lágrimas, pero si su inmenso dolor en el pecho.
Y así, rota y triste, salió de la habitación de piedra, no sin antes mirar hacia atrás y envidiar la posición de Esperanza en este momento, tan dormida, tan en paz, sin dolor, sin cansancio.
Iba a decir algo, pero dudó, y las únicas palabras dulces que pudo haberle dedicado a su extraña amiga se convirtieron en un veneno amargo en sus labios que decidió tragarse.
Total, no podía escucharla, y si lo hacía, ya no importaba.
-¿M no tenía que hacer algo que nunca haría? ¿Algo drástico?-
-Puede que no sea exactamente lo que pensábamos que haría, Esperanza, pero está pasando, tú misma te has dado cuenta de lo que ha estado pasando, lo que te he estado administrando últimamente no es el placebo del principio, son las pequeñas dosis de veneno del que habíamos hablado-
-Pero Ella ¿Lo ha producido ella sola?-
-Aparentemente, y esta que tengo en la mano es la “letal”-
-Con la que dormiré-
-Con la que dormirás-
-Quien diría que las cosas resultarían de esta forma-
-Quédate quieta mientras que te la aplico, no sé si vaya a doler en exceso, y no sientas miedo, todo terminará pronto-
-El miedo que sientes en tu corazón no es sólo el mío Ella, hay miedo en ti también, puedo sentirlo, y es muy punzante-
-Deja de decir estupideces, el único miedo presente es el tuyo, no me distraigas cuándo lo que intento es ayudarte-
-No seas tan dura contigo Ella, ni con M tampoco-
-¿Algún último deseo por los momentos?-
-Quisiera llorar, pero estoy muy cansada, así que sólo hazlo, quiero descansar-
Al aplicar la inyección de veneno en el brazo de Esperanza, ambas se estremecieron.
-¿Qué sientes?-
-Además de un cansancio infinito, una sensación de vacío en el pecho muy grande ¿Mi corazón sigue ahí?-
-Sigue ahí, un poco más opaco, pero continúa brillando, y te prometo que no dejará de brillar-
-Gracias Ella-
-Ahora duerme, y quizás algún día despiertes para poder ayudar a M, y yo pueda irme a descansar-
-Quizás hasta podamos trabajar juntas-
-No sé, ya lo veremos-
-Buenas noches Ella, no dejes de cuidar a M-
-Nunca la dejaré de cuidar, esté despierta o dormida-
Esperanza fue cerrando poco a poco los ojos y por unos pequeños instantes, todo el interior de M se mantuvo en silencio.
Hasta que poco a poco, unos débiles ruiditos se escucharon desde la habitación de piedra, hasta que fueron subiendo de volumen, y se convirtieron en dolorosos sollozos, y no, no era Esperanza quien había recuperado las fuerzas para llorar, sino era Ella, la fuerte Ella, la que se encontraba arrodillada llorando a lágrima viva, con una mano en su pequeño y brillante corazón, y la otra en la mano inerte de Esperanza.
El pecho le ardía, el miedo la invadía, y las lágrimas brotaban sin pausa, no sólo derramaba las lágrimas que Esperanza no había podido llorar, sino las suyas propias, tan llenas de sentimientos que salían calientes, hirviendo.
Sabía que a nadie le importaba lo que sentía, sabía que a nadie le importaba lo rota que estuviese, lo vulnerable que se encontraba en el momento, pero a pesar de eso, continuó llorando hasta que no le quedaron más lágrimas, pero si su inmenso dolor en el pecho.
Y así, rota y triste, salió de la habitación de piedra, no sin antes mirar hacia atrás y envidiar la posición de Esperanza en este momento, tan dormida, tan en paz, sin dolor, sin cansancio.
Iba a decir algo, pero dudó, y las únicas palabras dulces que pudo haberle dedicado a su extraña amiga se convirtieron en un veneno amargo en sus labios que decidió tragarse.
Total, no podía escucharla, y si lo hacía, ya no importaba.