En la universidad nos mandaron a escribir una crónica negra, esto fue lo que escribí (puedo decir que me inspiré bastante en la película "Tan fuerte y tan cerca"):
No quedó nada de ella, no pudimos despedirnos propiamente, no tenía un buen presentimiento y por eso no quería ir al colegio aquella mañana, pero mi madre lo confundió con flojera y de igual manera me mandó a ir. Mi madre siempre era muy dura conmigo, a veces dudaba si en verdad me quería, papá nunca estuvo, ni lo conocí, la única que siempre estaba a mi lado era Ana, mi hermana mayor, que a pesar de que trabajaba muy duro para ayudar con el sustento, siempre me dedicaba una sonrisa cuando me veía, me ayudaba con mis tareas y me llevaba a todas partes, siempre me ayudaba a verle el lado positivo a las cosas y que antes de tomar una decisión muy determinante, debía respira tres veces para calmarme y tomar el camino correcto.
Aquel 11 de septiembre, por alguna razón, no quería separarme de ella ni un segundo, ella tampoco de mi, pero tenía que hacerlo, de haber sido uno de sus antiguos trabajos, no hubiese dudado en decirle a mamá que ella me llevaría al colegio cuando en realidad nos habríamos desviado a comprar un chocolate y a que yo le hiciera compañía todo el día, siempre y cuando me quedara tranquila, pero con esa nueva oportunidad que tenía como pasante paga en el World Trade Center no podía tomarse el trabajo a la ligera, llevaba ahí un poco más de una semana, pero la notaba muy entusiasmada, se vestía muy elegante y parecía mucho mayor de lo que en realidad era.
Así que cuando me despedí de ella aquella mañana, mientras apuraba el café y el desayuno no pude evitar que de mis labios saliese un simple “cuídate mucho” a lo que ella me miró extrañada , pero inmediatamente me dio un beso en la frente y me dijo que me amaba muchísimo y se fue, dejándome sola en aquella pequeña cocina con mi madre, quien no paraba de apresurarme para que terminara y pudiese llevarme de una vez. Me sentí enferma todo el día, hasta que por alguna razón nos dijeron que podíamos irnos a casa un poco más temprano de lo normal, pude llegar a mi casa sin problemas pero al encender la televisión, supe que Ana nunca llegaría.
Estaba estática frente al televisor, sentía la garganta seca y ni siquiera me percaté cuando mamá entró en el departamento dando portazos, gritando y llorando frenéticamente, sólo podía ver como aquellos aviones se estrellaban contra las torres, columnas de humo negro salían de las grandes aperturas y al mismo tiempo que se caían, se desmoronaban, parte de mi también lo hizo.
Ojalá hubiese estado yo en su lugar, o a su lado, no hay noche en la que no me pregunte si sufrió, o fue instantáneo, si lloró, o se quedó en silencio, si ayudó a alguien o intentó escapar a toda costa, si habrá pensado en mi; enterramos un ataúd vacío, posteriormente su nombre se puede leer en la piscina norte del memorial 911, no hay fin de semana en el que yo falte a poner ahí su flor favorita, porque es todo lo que me queda de ella, su nombre escrito en un metal oscuro que por más que lo toques nunca deja de estar frío, mi vida no es mala, mi madre por fin aprendió a darme afecto, pero sólo porque soy la única hija que le queda, soy el premio de consolación, por decirlo así, pero sería mejor si ella estuviese conmigo, ya que fue la primera persona que me amó y vio como el mayor de los tesoros. Pero al parecer, los que más quieres mueren primero.
Mariana Betancourt Castro.
Aquel 11 de septiembre, por alguna razón, no quería separarme de ella ni un segundo, ella tampoco de mi, pero tenía que hacerlo, de haber sido uno de sus antiguos trabajos, no hubiese dudado en decirle a mamá que ella me llevaría al colegio cuando en realidad nos habríamos desviado a comprar un chocolate y a que yo le hiciera compañía todo el día, siempre y cuando me quedara tranquila, pero con esa nueva oportunidad que tenía como pasante paga en el World Trade Center no podía tomarse el trabajo a la ligera, llevaba ahí un poco más de una semana, pero la notaba muy entusiasmada, se vestía muy elegante y parecía mucho mayor de lo que en realidad era.
Así que cuando me despedí de ella aquella mañana, mientras apuraba el café y el desayuno no pude evitar que de mis labios saliese un simple “cuídate mucho” a lo que ella me miró extrañada , pero inmediatamente me dio un beso en la frente y me dijo que me amaba muchísimo y se fue, dejándome sola en aquella pequeña cocina con mi madre, quien no paraba de apresurarme para que terminara y pudiese llevarme de una vez. Me sentí enferma todo el día, hasta que por alguna razón nos dijeron que podíamos irnos a casa un poco más temprano de lo normal, pude llegar a mi casa sin problemas pero al encender la televisión, supe que Ana nunca llegaría.
Estaba estática frente al televisor, sentía la garganta seca y ni siquiera me percaté cuando mamá entró en el departamento dando portazos, gritando y llorando frenéticamente, sólo podía ver como aquellos aviones se estrellaban contra las torres, columnas de humo negro salían de las grandes aperturas y al mismo tiempo que se caían, se desmoronaban, parte de mi también lo hizo.
Ojalá hubiese estado yo en su lugar, o a su lado, no hay noche en la que no me pregunte si sufrió, o fue instantáneo, si lloró, o se quedó en silencio, si ayudó a alguien o intentó escapar a toda costa, si habrá pensado en mi; enterramos un ataúd vacío, posteriormente su nombre se puede leer en la piscina norte del memorial 911, no hay fin de semana en el que yo falte a poner ahí su flor favorita, porque es todo lo que me queda de ella, su nombre escrito en un metal oscuro que por más que lo toques nunca deja de estar frío, mi vida no es mala, mi madre por fin aprendió a darme afecto, pero sólo porque soy la única hija que le queda, soy el premio de consolación, por decirlo así, pero sería mejor si ella estuviese conmigo, ya que fue la primera persona que me amó y vio como el mayor de los tesoros. Pero al parecer, los que más quieres mueren primero.
Mariana Betancourt Castro.