Mi hermanita empezó clases hoy, por ende se escuchó mucho movimiento en mi casa desde temprano, lo cual me ayudó a levantarme lo suficientemente temprano como para hacer todo lo que me correspondía: hacer ejercicio, ordenar y asear un poco, desayunar, bañarme y salir a buscar a mi hermanita tal cómo le prometí. Adoro a mi hermana, me encanta pasar tiempo con ella, adoro verla feliz y escucharla reír. Su risa es tan contagiosa que con tan sólo escucharla, no puedes evitar destortillarte de la risa, sin importar lo seria que sea la situación o lo mucho que tengas que disimular, así de potente es. Y estaba tan desanimada que le propuse buscarla, y también hacer algo que he pospuesto desde hace tres años: visitar la casa de mi abuela paterna.
Desde que mi abuelo murió, he estado posponiendo visitar la casa en la que básicamente me crié, porque fue así, durante más de diez años, después del colegio, me iba directamente a la casa de mi abuela, dónde ella me cuidó, mientras mis papás trabajaban.
Al principio era porque no quería sentir su ausencia, luego porque fui sintiendo vergüenza por haber pospuesto tanto mi visita, hasta por fin sentirme una ingrata y una malagradecida. Por eso, no puedo negar que estaba algo asustada y avergonzada. Desde que operaron a mi abuela en Octubre me he propuesto, de manera seria, visitarla, y cuando se me presentó la oportunidad del día de hoy, simplemente sabía que no la podía dejar ir. Tenía que ir.
Así que salí de mi casa temprano, porque mi hermanita salía hoy a las 12 pm, el recorrido es largo, pero es el camino que me se, incluye un viaje largo en metro con transferencia y dos autobuses, pero cuando finalmente llegué al colegio a verla, me sentí muy satisfecha de haber ido, sonreía y me presentó a una amiga suya (extremadamente alta) muy linda y amable. Luego de hablar un rato nos pusimos en marcha, decidimos ir caminando.
Hablamos muchísimo, y nos reímos mucho de algunas ocurrencias, se siente tan bien poder hablarle a ella y bromear, en verdad que ella es muy maravillosa, pero a medida que nos acercábamos al edificio mis nervios aumentaban, mi abuela sabía que yo iba, pero no sabía cómo se iba a comportar, no sabía como yo iba a reaccionar a los cambios que evidentemente le hizo a la casa, en fin, al subir el ascensor al piso 7 tenía el corazón vuelto un nudo, pero trataba de fingir naturalidad.
Al entrar, mi abuela nos recibió con un beso a ambas, y la calidez de la casa también me abrazó, puede que haya cambiado de lugar algunos cuadros y sillones, y que haya modificado el cuarto en el que antes solía pasar muchísimo tiempo, pero en esencia seguía siendo la misma casa, con los mismos muebles, la misma cocina, los mismos platos y cubiertos con los que solía comer.
Si sentí un poco de vergüenza y culpa, pero mi hermanita, sin querer queriendo, me ayudó mucho a no sentirme incómoda, mostrándome unos libros muy bonitos que siempre habían estado ahí, pero que contenían cosas muy interesantes. Luego de eso almorzamos, conversamos, bromeamos y en verdad la comida estaba muy sabrosa. Al terminar vimos televisión, al notar que mi hermana se había dormido, me serví otro vaso de agua, al verme vagando por la casa mi abuela me ofreció un café, recorrí nuevamente esa estructura, palpé los muebles, refrescando la memoria de mis dedos, mi olfato se acostumbró rápidamente al típico olor con el cual había crecido. Todo era tan familiar.
Me acosté en el mueble de la sala a escuchar música, en el cual también me quedé dormida. Cuando papá llegó por nosotras, sentí la misma sensación de hace años, cuando usaba el mismo uniforme que mi hermana usaba hoy, y papá nos buscaba a la misma hora, o un poco más tarde.
No sentí dolor, ni nostalgia, ni tristeza.
Me siento tonta por haber esperado tanto.
Me sentí como si nunca me hubiese ido.
Supongo que eso está bien ¿no?
Mariana Betancourt Castro
Al principio era porque no quería sentir su ausencia, luego porque fui sintiendo vergüenza por haber pospuesto tanto mi visita, hasta por fin sentirme una ingrata y una malagradecida. Por eso, no puedo negar que estaba algo asustada y avergonzada. Desde que operaron a mi abuela en Octubre me he propuesto, de manera seria, visitarla, y cuando se me presentó la oportunidad del día de hoy, simplemente sabía que no la podía dejar ir. Tenía que ir.
Así que salí de mi casa temprano, porque mi hermanita salía hoy a las 12 pm, el recorrido es largo, pero es el camino que me se, incluye un viaje largo en metro con transferencia y dos autobuses, pero cuando finalmente llegué al colegio a verla, me sentí muy satisfecha de haber ido, sonreía y me presentó a una amiga suya (extremadamente alta) muy linda y amable. Luego de hablar un rato nos pusimos en marcha, decidimos ir caminando.
Hablamos muchísimo, y nos reímos mucho de algunas ocurrencias, se siente tan bien poder hablarle a ella y bromear, en verdad que ella es muy maravillosa, pero a medida que nos acercábamos al edificio mis nervios aumentaban, mi abuela sabía que yo iba, pero no sabía cómo se iba a comportar, no sabía como yo iba a reaccionar a los cambios que evidentemente le hizo a la casa, en fin, al subir el ascensor al piso 7 tenía el corazón vuelto un nudo, pero trataba de fingir naturalidad.
Al entrar, mi abuela nos recibió con un beso a ambas, y la calidez de la casa también me abrazó, puede que haya cambiado de lugar algunos cuadros y sillones, y que haya modificado el cuarto en el que antes solía pasar muchísimo tiempo, pero en esencia seguía siendo la misma casa, con los mismos muebles, la misma cocina, los mismos platos y cubiertos con los que solía comer.
Si sentí un poco de vergüenza y culpa, pero mi hermanita, sin querer queriendo, me ayudó mucho a no sentirme incómoda, mostrándome unos libros muy bonitos que siempre habían estado ahí, pero que contenían cosas muy interesantes. Luego de eso almorzamos, conversamos, bromeamos y en verdad la comida estaba muy sabrosa. Al terminar vimos televisión, al notar que mi hermana se había dormido, me serví otro vaso de agua, al verme vagando por la casa mi abuela me ofreció un café, recorrí nuevamente esa estructura, palpé los muebles, refrescando la memoria de mis dedos, mi olfato se acostumbró rápidamente al típico olor con el cual había crecido. Todo era tan familiar.
Me acosté en el mueble de la sala a escuchar música, en el cual también me quedé dormida. Cuando papá llegó por nosotras, sentí la misma sensación de hace años, cuando usaba el mismo uniforme que mi hermana usaba hoy, y papá nos buscaba a la misma hora, o un poco más tarde.
No sentí dolor, ni nostalgia, ni tristeza.
Me siento tonta por haber esperado tanto.
Me sentí como si nunca me hubiese ido.
Supongo que eso está bien ¿no?
Mariana Betancourt Castro